Agosto 2017
Ver cómo cambian de color las hojas de los árboles.
Y también los buses de la ciudad. De rojos a azules; y después amarillos. Y de ahí, no sé, a fucsias, verdes o blancos. Ver también cómo van desapareciendo los bosques, los amigos y el amor. Y el odio. Puesto que sí, al final, este también se desvanece. Porque lo único cierto, la única gran verdad en este eterno dilema nuestro de la sobrevivencia humana, es que nada es para siempre.
Reflexión más que apropiada hoy para contarles que el “Recuento del Anticristo” llega a su fin.
Resumen para un otoño y un verano
Recordemos.
Durante más tiempo del que me gustaría admitir (15 años), publiqué recopilaciones nacionales de lo que siempre consideré son los pilares centrales del alpinismo: sus éxitos y sus accidentes. Ejes conocidos pero a cuya interconexión típicamente la sociedad no le presta la debida atención. Lo que es un error, porque solo centrarse en la celebración conlleva el riesgo de olvidar que este asunto es intrínsecamente peligroso y que sus errores se pagan con la muerte.
Estas recopilaciones se denominaban “Recuentos del Anticristo” y se publicaron, dentro de la “Columna del Anticristo”, entre fines del 2002 y principio del 2015. En promedio dos veces al año: una para la primavera-verano, la otra para el otoño-invierno. Estando cada una de ellas, a su vez, dividida entre ascensos y accidentes.
En realidad… estos últimos los continuaré realizando (dentro de la “Columna del Anticristo”, que continúa) puesto que ayudan a combatir la ignorancia con que el tema de la accidentabilidad en los ambientes de montaña es tratado en nuestro país. Así es que, siendo estrictos, lo que realmente se acaba hoy, y para siempre, es aquella parte de la recopilación que trataba de las escaladas.
El buen chiste es real
Durante su existencia, el “Recuento del Anticristo” recibió su buena cuota de insultos, pero no se le podrá negar que fue lo suficientemente valiente como para establecer sin excusas un relato del montañismo visto como deporte de alto rendimiento. Postura necesaria dada la época en que vivíamos y que se validó en la medida que sus extractos fueron apareciendo en blogs, revistas, periódicos y libros.
Hasta premios entregaba. Sí. Insólito, ¿no? La Brújula de Uranio, la Colchoneta de Tungsteno, el Ajo de Molibdeno y la Jeringa de Plutonio.
Galardones que a primera vista parecían ser un gran chiste pero tras esa aparente irreverencia había un objetivo muy serio: resaltar el esfuerzo de quienes en nuestra comunidad hubieran realizado algún tipo de aporte deportivo. Un propósito que, además, al ser sistemático en el tiempo, sin querer se convirtió en el más consistente que haya visto nuestra comunidad alguna vez.
Vean por ejemplo la Brújula de Uranio. La cual se entregaba a la mejor expedición y cuya pura formulación me obligó a desarrollar criterios para diferenciar las expediciones del paseo de viejas que es ir a la playa a hacer búlder (pero de eso no hablaremos hoy).
La Brújula de Uranio se entregó en 12 ocasiones, dentro de las cuales ahora podría recordar a la travesía Cordillera Centinela-Patriot Hills en Antártica el 2002 (Jordán, Gutiérrez, Olivares, Guzmán), los ascensos en el verano del 2005 al Condón Granito (Morales, Martiarena, Segurado, Farías, Edwards, Bruder), la primera al Lliboutry en Campo de Hielo Sur en el invierno de ese mismo año (Fernández, Vásquez), el cruce norte-sur estilo torcido del Campo de Hielo Norte en el 2006 (Besser, Von Graevenitz, Urzúa) o el intento de travesía oeste-este en Península Antártica en el 2009-2010 (Donoso, Roca).
Pero, insisto, hubo otras muy buenas también.
El buen chiste también desnuda
La Colchoneta de Tungsteno, por otro lado, se le daba a la Mejor Iniciativa. Pero este fue un premio que se entregó muy pocas veces (y aún sí con fórceps) por la existencia de un severo requisito para ganárselo: debían ser esfuerzos que, naciendo en nuestro seno, tuvieran resultados que fueran más allá del auto-contenido mundo del montañismo.
Armar una expedición, publicar un libro de rutas, equipar una zona de escalada, POR SUPUESTO que son bienvenidos. Pero, por más difícil que sea gestionar este tipo de iniciativas, todavía es más complicado crear proyectos que establezcan vínculos hacía el resto del país. Me refiero a cosas como abrir accesos, crear institucionalidad, generar legislación, estructurar financiamiento… Iniciativas que no solo sirvan para validarnos (para que los periodistas dejen de llamarnos “turistas”), sino que también para protegernos cuando lleguen los problemas. Como cuando se destruyen las zonas de escalada, se imponen abusivas barreras de entrada o se nos exige el test del pelo para postular a fondos estatales.
Tranquilo. Eso era broma. En detalle, solo se entregaron 6 Colchonetas de Tungsteno: al foro Tricúspide (quienes lo vivieron pueden atestiguar la revolución que significó), al Tercer Encuentro Nacional de Andinistas, a un re-equipamiento de Los Domínicos, a las cajas de cumbre del Banco de Chile, a la edición impresa de la Revista Escalando, al abogado Fernando Saenger por impedir el cierre de un camino público y para quienes lideraron el surgimiento del estándar UIAA (Andrés Jorquera, Alberto Pérez y Fernando Millar).
Sí, lo admito. Mala lista. Porque queda claro cuánto me equivoqué, escogiendo iniciativas que no fueron relevantes, integradoras o con proyección en el tiempo. Tricúspide se suicidó, las chapas de Los Domínicos se las robaron, las cajitas del Banco de Chile se usan para ir al baño, los encuentros nacionales de andinistas solo sirven para conocer minas, y el estándar UIAA (que fue POR LEJOS lo mejor que jamás nunca vio Chile al respecto) solo duró hasta el 2013, cuando fue destruida hasta sus cimientos por la entonces directiva de la FEACH.
Entonces, ¿qué queda? La revista Escalando (que en rigor no es tan “hacia afuera”) y lo del camino para ingresar a la Reserva Nacional Nalcas de Malalcahuello. O sea, pobres resultados.
En realidad, pensándolo bien, esto no debería sorprender, porque la Colchoneta de Tungsteno no hizo más que desnudar nuestra realidad. El criterio podrá haber sido exigente, pero nada diferente a lo que ha hecho el alpinismo en, por ejemplo, nuestro subcontinente. Donde los montañistas y escaladores de Perú, Bolivia, Argentina o Ecuador de una u otra forma han sido capaces de abarcar nuevos y crecientes espacios dentro de sus sociedades. Mientras que nosotros no.
Acerca de riendas
Los otros dos premios se enfocaban más en el progreso deportivo y eran los que más atención causaban.
La Jeringa de Plutonio se otorgaba a la Mejor Actividad Técnica, entre las cuales ahora puedo recordar el primer ascenso en solitario a la Pared Sur del Morado (Felipe González Donoso), la escalada a la Cara Noroeste del Ocshapalca (Andrés Zegers), la ruta nueva a la cara noreste al Illampu (Nicolás Gutiérrez) o el segundo ascenso del Sarmiento (Camilo Rada y Natalia Martínez).
El último premio, el Ajo de Molibdeno, era el más importante de todos. Se entregaba al Mejor Deportista. O sea, al más capo. Al más peludo. Al que más ronca. Al de la huasca más grande.
Ganárselo era difícil. Porque había que cumplir con varios requisitos que fueron detallados en su momento (polivalencia, consistencia, excelencia) pero además porque el nivel de los escaladores chilenos se había disparado. Ya no bastaba solo con un poco de entrenamiento para ser “el mejor”, como quizás había sido posible en la década del 80, o en la del 90, sino que ahora había que dedicarse en serio para optar al rendimiento necesario.
¿Quiénes se lo ganaron? Andrés Zegers lo recibió en 3 ocasiones; José Edwards, Nicolás Gutiérrez y Cristóbal Señoret en 2; y luego en una ocasión Felipe González Donoso, Alejandro Mora, Ignacio Morales, Sebastián Rosende, Camilo Rada y Sebastián Rojas.
Elegidos que demuestran que aquí no me equivoqué en nada, pues estos nombres dan correcta y acabada cuenta de quién era quién en el montañismo nacional en aquellos años.
El motivo alfa
Ahora, en el momento de esta despedida, sería bueno también recordar que la razón principal por la cual nació el “Recuento del Anticristo” fue por la rabia que me daba ver cómo se aplaudían y celebraban banalidades, mientras que los que eran nuestros mejores exponentes, normalmente jóvenes sin ni uno, no recibían el merecido apoyo. O sea, se trató de un simple ejercicio de justicia. La noble idea de reconocer a quién fue el mejor. Fuera o no fuera amigo mío, tuviera o no ojos bonitos (implantes podía ser).
Pero, para premiar bien, yo tenía que investigar exhaustivamente todos y cada uno de los ascensos que se realizaban. Un ejercicio que por dos simples causas se me fue haciendo cada vez más complicado. Tanto que me llevó al punto de quiebre.
El primer motivo fue que, debido a esta mayor cantidad y calidad de las actividades que se llevaban a cabo, me estaba tomando cada vez más tiempo, en ocasiones meses, seguirle la pista a cada una de ellas para así poder sopesar su real valor. Lo que, para un esfuerzo personal e independiente como era este, se hizo inviable.
Podría haber vivido con ello y continuado. Sin embargo, lamentablemente, todavía estaba la segunda razón. La cual era que, sí, ahora había muchas más escaladas. Pero, también, muchas más mentiras.
El motivo omega
Esconder el tanque de oxígeno, no llegar a la cumbre, colgarse de una cinta, escalar la mitad del recorrido… Pueden llamarlo errores, inexactitudes, matices, omisiones o, si dejan de ser socialmente correctos, denominarlos como lo que realmente son. Mentiras.
Sobre esto he hablado hasta el cansancio y me llegan a dar nauseas repetirlo. Que la comunidad sigue pensando que los montañistas o escaladores son mejores personas solo por el hecho de practicar este deporte. Como si este fuera una especie de portal mágico que automáticamente da iluminación. Siendo que lo único que hace es dar la OPORTUNIDAD de ser mejor persona; con algunos escuchando el llamado, otros siendo los mismos imbéciles de siempre. Estos últimos además cayendo fácil en la tentación de distorsionar el espacio-tiempo (o sea mentir) dado que la actividad se realiza sin público. Groseramente permitido, para peor, por una comunidad que vive en un estado de negación. Que ve a sus exponentes como vacas sagradas a las cuales no se les puede cuestionar nada. Reforzado por un mal entendido sentido del compañerismo que les hace repetir como zombies el mantra del “quiero creerles”. Ante lo cual…
Ya, ya, ya.
¿Aburrido? Imagínate yo. Tras años y años de lidiar con mentirosos que, en su propia ineptitud, pensaron que nadie los iba a pillar.
Esperanza de un progreso
No hay progreso sin un certero diagnóstico de la realidad. Lo cual implica no solo entender el presente, sino que también el pasado.
En el caso del montañismo, tal exigencia obliga a ir más allá del rendimiento físico e incorporar una faceta cultural, una que permita entender qué se ha hecho antes. Para así tener opinión, visión y misión. Conjunción sublime de factores que es la única forma de expresar hasta sus últimas consecuencias la capacidad deportiva.
Piensen en Messner (no el único ejemplo, sí el más conocido). No era solo que él fuera rápido, fuerte y decidido (puesto que han habido y vendrán muchos más así) sino que dada su cabal comprensión del pasado y presente, visualizaba un futuro. Y solo entonces, con tal respaldo intelectual, acometía. Y vaya cómo lo hacía.
Pero para llegar a eso, la construcción de futuros que signifiquen progreso y del cual nos sintamos orgullosos, deben existir registros certeros. Que permitan hacer comparaciones válidas para que así otros puedan repetir o mejorar lo que se ha hecho. Registros que al mismo tiempo que celebren el honesto triunfo, delaten la mentira. O sea, que intenten mostrar un mínimo respeto por la realidad.
El “Recuento del Anticristo” lo intentó y ahora que se va, la comunidad enfrentará su test definitivo al respecto. Ver si ya maduró lo suficiente como para hacerla distinguir lo que inspira de aquello que es propaganda, ruido o engaño. O si sigue siendo la misma de siempre, donde los que “no saben que no saben” reinan y a nadie le importa que le metan el dedo en la boca.
En cuyo caso, bueno, yo volveré a mirar por mi ventana cómo cambian de color las hojas de los árboles y los buses de la ciudad. Mientras veo irse el amor y pensando que hasta el odio fallece. Porque lo único cierto, la única gran verdad en este eterno dilema de la sobrevivencia humana, es que nada es para siempre.
Excepto la mentira.

 


 

TAMBIÉN POR RODRIGO FICA:

Bajo la marca de la ira
BAJO LA MARCA DE LA IRA ( Apple / Kindle / Android )
Relato del último intento de fines del siglo pasado por realizar el primer cruce mundial longitudinal del Campo de Hielo Sur.

 

Crónicas del Anticristo

CRÓNICAS DEL ANTICRISTO ( Apple / Kindle / Android )
Compilación con las primeras 100 columnas escritas por el Anticristo. Incluye las escaladas más importantes realizados por la comunidad nacional de montañistas.

 

La esclavitud del miedo

LA ESCLAVITUD DEL MIEDO ( Apple / Kindle / Android )
La historia de las expediciones chilenas en Himalaya (hasta el año 2012) y sus respectivos esfuerzos por sobrevivir a los misterios de la zona de la muerte.

 

No me olviden

NO ME OLVIDEN ( Apple / Kindle / Android / Version papel )
Recopilación de todos los accidentes fatales ocurridos en los ambientes de montaña de Chile, por interacción riesgosa, entre los años 1900 y 2019.