Octubre 2021
Nada ni nadie se salva de la cruel aplanadora del tiempo.
Realidad que, por ejemplo, los antiguos griegos habían reflejado muy bien en su magnífica mitología, una en donde ni siquiera Zeus estaba libre del poder de Chronos. Situación que siempre me generó simpatía porque era un recordatorio que, no importando cuan poderoso uno sea, siempre habrá alguien más a quien se deba responder.
Me desvié del tema. Pero, en fin, si lo saco ahora a colación es porque estoy consciente que ha pasado bastante tiempo sin escribir esta Columna del Anticristo y, consecuentemente, cómo esta ha caído en el baúl de los recuerdos. Un abandono que, por si quieren saber, solo se debió a que tuve que enfocar mis esfuerzos en terminar el libro “No me olviden” (llame ya, se venden por separado).
Sin embargo, cual ave Phoenix que renace de sus cenizas, es mi intención retomar este espacio; porque aún tengo cosas que decir, pero también porque todavía quiero ser famoso. Y, como apropiado inicio a este nuevo ciclo, me gustaría abordar un importante tema que por razones varias quedó fuera del mencionado libro: dármelas de Janus.
Me refiero al futuro, gil. Al futuro.
Decisiones informadas
“No me olviden” se abocó a estudiar los accidentes fatales de montaña sucedidos entre los años 1900 y 2019, usando para ello un modelo conceptual propio y enfocándose en actividades que se definieron como de “interacción riesgosa”. Un ejercicio que redundó en la identificación de 377 incidentes causantes de 818 víctimas, dentro de las cuales 436 se produjeron durante actividades que intuitivamente rotulamos como de “aventura”. Es decir, esquí, montañismo, exploraciones, escalada, excursionismo, caminatas o similares.
Luego, si ya estaba una primera cuantificación del pasado, entonces caía de madura la pregunta de qué tan posible sería usar tales datos para conocer la accidentabilidad futura. Algo importante de dimensionar porque ayudaría a que nuestra comunidad pudiera tomar decisiones informadas a múltiples niveles; tanto en lo que es la ejecución en terreno, como también en las discusiones macro (educación, políticas de acceso, financiamiento de rescates, etc).
Pero, bien lo sabemos, el futuro no se puede predecir; tan solo aproximar… a veces. Y solo los lunes de 10 a 11 por individuos que sean socios de Ñublense. Dado lo cual, a lo único que podríamos aspirar por ahora, usando supuestos razonables y adecuadas herramientas estadísticas, es llegar a una conclusión parecida a “de seguir todo igual, en los próximos 5 años hay un 90% de probabilidades que el número de fallecidos se incremente en un 30%”.
Tipo de pronóstico que, a pesar de no ser tan preciso como nos gustaría, aún así sería un bienvenido primer paso.
Gimnasia estadística
Con eso presente, partamos primero viendo lo que ha sucedido al respecto en los últimos 50 años en nuestro país:
1970-1979: 21
1980-1989: 61
1990-1999: 51
2000-2009: 109
2010-2019: 97
Estas cifras representan la cantidad de víctimas fatales por década sucedidas a chilenos y extranjeros en nuestros ambientes de montaña debido a la práctica de actividades de aventura. Y, con ellas a vista, de inmediato resalta la inusual alta accidentabilidad (la mayor de la historia) que se da entre los años 2000 y 2009: 109 decesos.
La explicación de este insólito peak es simple: la muerte de 45 militares chilenos en mayo del 2005 en el sector del volcán Antuco. Un solo incidente que explica el 40% de lo sucedido en dicha década y que, después, plantea un problema para nosotros porque, desde el punto de vista estadístico, la Tragedia de Antuco debe ser entendida como una anomalía (tal y como fue demostrado en “No me olviden”). Por ende, y por más extraño que les pueda parecer a quienes no están iniciados en este tipo de ejercicios matemáticos, tiene méritos el argumento que plantea que, para calcular tendencias futuras, es mejor no considerarla (que será justamente lo que nosotros haremos).
Entonces… usando nada más que los datos del Período Contemporáneo (1990 en adelante), empleando el mencionado marco conceptual (definido en “No me olviden”) y utilizando un modelo AR4 (auto regresivo con 4 rezagos), se obtiene que, para el lustro siguiente al 2019 (que es la fecha de término de la investigación), hay un 90% de probabilidades que se produzcan entre 36 y 39 nuevas víctimas.
Los parches antes de la herida
Ahora, calma y tiza, porque, a pesar que los anteriores cálculos son formales, hay varios aspectos implícitos en él que aún deben ser discutidos si es que queremos entender correctamente su real alcance.
El primero de ellos es el originado por el clásico dilema de “valores absolutos” versus “valores relativos”. Aquí nosotros utilizamos datos de mortandad neta (es decir, “absolutos”) a pesar de saber que, si lo que se desea es dimensionar el impacto integral de los accidentes en una sociedad, en rigor deberíamos haber empleado cifras que incorporaran además la tasa de uso; o sea, “relativos” (ya que claramente no es lo mismo que en un área mueran 8 personas por 10 visitas anuales, a que por 10 mil). Sin embargo, para nosotros no fue posible hacerlo de esta manera porque… en Chile tal información simplemente no existe (plop).
A pesar de lo cual aún así es posible esbozar que, ya sea con valores absolutos o relativos, la tendencia de la accidentabilidad fatal no parecería aumentar en el mediano plazo. Esto porque, si usamos valores “absolutos”, se verá que en el lustro anterior al actual hubo 52 decesos (2015-2019), y antes de eso 45 (2010-2014); confirmándose una curva decreciente dados los “36 a 39” pronosticados para el período 2020-2024. Por otro lado, si quisiéramos recrear cualitativamente el inexistente dato del tráfico que reciben nuestras zonas de montaña con información circunstancial (tales como el número de ingresos a las áreas protegidas, los indicadores poblacionales, el crecimiento del turismo, etc) eventualmente se llegaría a la misma conclusión, puesto que todos los anteriores revelan un evidente incremento en el tiempo (cosa de ver las aglomeraciones que se observan hoy en día en las áreas de montaña).
Después está el tema que este pronóstico se construye asumiendo que la realidad social en la cual se ha dado la accidentabilidad pasada, es y será la misma a la que se experimentará en el mediano plazo. Un supuesto que hasta hace poco era más que razonable pero que, irónico destino, justo al final del período estudiado (2019) no es necesariamente válido debido a la ocurrencia de no solo uno, sino que dos macro fenómenos que alteraron el funcionamiento estándar de Chile: el estallido social de octubre del 2019 y la pandemia del Coronavirus. Ambos generando aún más incertezas a un ejercicio de adivinanza que ya de por sí es frágil.
Por último, que no debemos olvidar que de lo que aquí estamos hablando es la muerte de seres humanos; con episodios que representan una pérdida irreversible para los afectados y cuyo carácter inesperado además golpea triple (un día ellos están, al día siguiente ya no). Es decir, más allá que algún ejercicio de manipulación numérica indique que aparentemente menos gente esté falleciendo… aún así los producidos serán demasiados.
Conclusión
Según mis registros, entre el año 2020 y los momentos en que escribo estas líneas, se ha visto el fallecimiento de 8 personas realizando actos que calzan con nuestra definición de “aventura”: un escalador en Torres del Paine, un joven en Chupallar, un suicidio en el área del Manzano, un trail runner en Cancha de Carreras, 2 personas en Icalma, una caída en Shangri-La y un excursionista en San Carlos de Apoquindo. Dado lo cual, y entendiendo que este pronóstico debe ser visto más bien como un piso mínimo (ya que son cifras absolutas y el tráfico en terreno parece aumentar), luego no sería inesperado presenciar, entre octubre del 2021 y diciembre del 2024, la muerte de 28 a 31 personas por la práctica de las ya descritas actividades.
Algo así como 1 cada 40 días.

 


 

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