Junio 2013
Salió duro (el artículo). Mucho trabajo, flojera máxima… quizás un indicador que ya no se tiene la rabia de antes como para hacer pedazos todo lo que se cruce por delante.
Pero en fin. Aquí estamos de nuevo. Esta vez con el recuento de los incidentes de la última temporada del montañismo chileno, aquella ocurrida entre octubre del 2012 y marzo del 2013.
Las reglas del juego, para los imbéciles que recién llegan a leer este tipo de recopilaciones, son las mismas de siempre: repaso total de los incidentes fatales, menciones cualitativas de los accidentes con impacto en nuestro medio, sólo ascensos o intentos de actividades con aporte deportivo, enfocado nada más que a los chilenos o extranjeros residentes y, no lo olviden, esto es acerca de andinismo, montañismo, y alpinismo,. O sea, ¡climbing! Nada de boulderistas; que en la escala de la evolución sólo están un pelo más arriba que los surfistas.
También cumplo con advertir que si los datos e historias que verán a continuación no son correctos u ofenden, es mi culpa. Razón precisa por lo cual traté de hacerlo con cuidado, y sólo tras recibir información de Sebastián Rojas, David Valdés, Marco Poblete, Felipe Cancino, Francisco Rojas, Armando Montero, Cristóbal Salazar, Pedro Sermini, Didier Veracini, Vasco García, Ivo Kusanovich y Marcelo Henríquez. A todos ellos, muchas gracias.
Basta de palabras, entremos al fuego del juego.
Volcán Villarrica
La primera tragedia ocurrió en noviembre del 2012 en los faldeos del volcán Villarrica, con detalles que son confusos y donde es difícil separar la ficción de la realidad.
Lo concreto es que Dmitry Sivenkov, ciudadano ruso de 35 años de edad que estaba viviendo en Pucón, hizo de anfitrión de Gillhem Bellon (francés de 25 años) y Luca Ogliego (italiano, de 24). Para que luego, juntos, intentaran el 7 de noviembre subir el volcán Villarrica.
No se sabría mucho más de ellos, salvo que Sivenkov habría hecho llamadas por celular a su polola, la ciudadana china Vaini Wen, donde afirmaba que estaban a 20 minutos de la cumbre (sin especificar cuál), pero que debido al mal tiempo, harían un vivac arriba.
Aquí las cosas se enredan. Los muchachos desaparecerían de la faz de la Tierra y, desencadenada la alarma, no se encontró registro de sus ingresos en ninguna de las casetas de control de CONAF. Lo que podría significar que optaron por entrar ilegalmente, o bien que, a propósito o por error, estaban físicamente en otro cerro.
Posteriormente la PDI investigaría las llamadas y, tras revisar la información de las antenas de Entel en Los Riscos y Catripulli (en total cinco llamadas), se concluiría que éstas sólo se podrían haber originado desde el Villarrica, por el sector del Turbio. Antecedentes que hicieron un poco más refinada la búsqueda, pero igual sin resultados concretos, pues a la fecha todavía no se ha dado con los restos de estos extranjeros.
Cerro Cancana
Dos meses después, el 6 de enero, tres turistas salieron a intentar el ascenso del cerro Cancana, uno de aproximadamente 4.100 metros de altitud que se localiza en la localidad de Cochiguaz, IV región de Chile.
Eran el francés Frédéric Deltour y los argentinos Marcos Roldán y Mario Olivera. Ellos, tras varias horas de ascenso, decidieron regresarse debido al calor, el cansancio y la subsecuente falta de agua; pero Roldán optó por continuar. Momento que representaría el último instante que se le vería con vida.
Pronto, con el pasar de los días, y como es la tónica en estas situaciones, se gatillarían diferentes operaciones de búsqueda distribuidas en el tiempo, a cargo de varias organizaciones civiles y policiales, pero sin resultado alguno.
La aparente inexplicable desaparición de Roldán dio pie a que se desarrollara la hipótesis que tal vez se habría caído a alguno de los numerosos y profundos piques mineros que existen en el área.
Cerro Marmolejo
Estos cuatro casos recién descritos fueron los únicos incidentes presumiblemente fatales de la temporada. Y de los otros, los accidentes sin resultado mortal, quizás el más recordado fue el ocurrido en el cerro Marmolejo, un poco después de lo acaecido en el Cancana.
Esta montaña es el seis mil más austral del mundo (6.108 m) y era objeto de un ascenso, por su ruta normal, de unos clientes suizos y alemanes a cargo del guía chileno Pedro Sermini, en un grupo que incluía también, además, dos asistentes.
La actividad se desarrolló sin incidencias importantes, hasta que el 16 de enero se realizó el intento de cumbre propiamente tal. Sermini y dos clientes alemanes partieron temprano del Campo II (4.900 m), llegando a la cumbre en algún momento antes de las tres de la tarde. Pero en el regreso encontraron el glaciar bastante cambiado, en parte debido al inusual calor que se experimentó en el área (17 grados a 5.500 m), en parte porque ya hace su tiempo que el calentamiento global ha resquebrajado bastante los casquetes que rodean el Marmolejo. Lo que fuese, el grupo continuó bajando con piolets y crampones, pero sin encordarse; así, en algún momento del descenso, Sermini rompería un puente de nieve e iría a dar directo a una grieta.
La caída, de aproximadamente diez metros, lo dejaría poli-contuso y momentáneamente inconsciente. Tras despertar y estabilizar la situación, lograría salir de la grieta por otro lado, pero teniendo que sacrificar en el proceso todo su equipo, mochila incluida.
Ya reunidos y ahora sí encordados, el grupo trato de salir del glaciar, pero lo que antes había sido una muelle caminata, ahora se reveló como un peligroso campo de grietas. Momentos en los cuales Sermini logró establecer comunicación VHF con un bombero radioaficionado que se encontraba en la localidad de El Monte, cerca de Buin. Persona que al final terminaría por dar aviso a Carabineros de Chile y el Cuerpo de Socorro Andino, comenzando así un rescate que sería seguido al minuto por los medios de comunicación.
En cuanto a Sermini, éste tomó la decisión de hacer un vivac en el glaciar para esperar a que se volviera a congelar la superficie. Casi sin agua, de abrigo sólo una manta de emergencia y sin comida (o sea, sólo tenían una galleta para tres), pasaron una noche tipo Cancún. O sea, una que recordarán siempre, abrazados y sin dormir nada.
No hay infierno que dure. A las diez de la mañana del día siguiente arribarían al Campo II; esa misma tarde estarían en el Campo I (4.200 m), lugar preciso donde serían alcanzados por patrullas del GOPE y el CSA. En el Base al día siguiente, desde donde serían evacuados, indemnes, en helicóptero.
Eh, eh, eh, palo, palito, palo es
A diferencia de años anteriores, esta vez el epicentro de la actividad estuvo en la región XI de Chile, zona que está adquiriendo importancia creciente debido no sólo a sus espléndidas cordilleras, sino que a una creciente comunidad de montañistas que es hija de un mix genial: escaladores que han hecho de Coyhaique su hogar, junto a jóvenes locales que rivalizan en talento y pasión.
En orden cronológico, lo primero que resalta es lo ocurrido en El Palo. No el tuyo ni el mío, sino que me refiero a ese torreón impresionante y enhiesto de aproximadamente 2.200 metros de altura localizado en la cordillera Castillo; visible claramente por el sur, desde el camino que conduce a Murta, cuando ya se deja atrás villa Cerro Castillo. Tiene tres cumbres principales, y ha visto bastantes intentos, alguno de los cuales han sido reportados aquí antes. Pero, en términos de ascensos mismos, sólo cuenta con dos, ambos realizados por miembros de la expedición neozelandesa de 1976 (Clarckson y Duff, el 04/02; Groves y Searle, dos días después).
Pero el tiempo pasó, los fallos se sucedieron y los deseos de realizar el primer ascenso nacional fueron aumentando. Especialmente después de dos intentos en especial; el de Manuel Bugueño y Rodericus Kaffi, que llegaron a escasos metros de la cumbre sur (devolviéndose al darse cuenta que no estaba conectada a la principal), pero especialmente el de Darío Arancibia Y Pedro Sermini (el mismo machucao del Marmolejo), quienes lograron dar con la línea del primer ascenso y estar a un tris de lograrlo, pero teniendo que regresarse por mal tiempo.
Ese fue la situación que encontraron Armando Montero e Ignacio Vergara, escaladores que viven en la zona y que le hicieron un peque durante noviembre del 2012.
En concreto, y tras abrir el 9 de noviembre la primera ruta de escalada que llega hasta la cumbre del cerro Mckay por su cara oeste (“Que jue lo que me dites”, 300 m, 5.10+/A1), se dirigieron dos días después a la Reserva Nacional Cerro Castillo, instalándose en el atardecer del 12 de noviembre en el campamento neozelandés.
Al día siguiente, tras remontar el glaciar de la Cara Este, subieron una característica canaleta de nieve que los dejó en la vertiente norte. Aquí hicieron varios largos en roca mala, alternado entre terrazas y tramos verticales cortos de uno o dos largos de cuerda. Cuando ya llevaban siete en total, aproximadamente a las 13:30 horas, llegaron al crux de la ruta (también el punto más alto alcanzado por Arancibia y Sermini el 2011). Éste, corto pero vertical, lo superaron en artificial, para luego un largo fácil más y un acarreo simple y final que los dejaría aproximadamente a las 14:30 en la cumbre. Primer ascenso nacional y tercero del Palo.
Bajaron sin problemas y llegaron al glaciar aproximadamente a las 18:30. Dos horas después en el campamento neozelandés, esa misma noche comiéndose un sándwich en Villa Cerro Castillo y después unos hermosos dulces sueños en Coyhaique.
Un año más, que se va
Tiempo después, se produjo lo siguiente a resaltar. El regreso de Marco Poblete y Eduardo Jara, a fines de diciembre, a la cordillera del Emperador Guillermo, con el objetivo de realizar el primer ascenso de una aguja que a la cual ya le habían echado el ojo: la Punta Rincón.
Tras realizar por dos días la clásica aproximación patagónica (bosques, ríos y morrenas), quedaron en posición de intentar el cerro. Bajo un clima amenazante, en el último día del año 2012, y partiendo un poco antes de las seis de la mañana, remontaron un canalón de nieve de 40° hasta alcanzar un collado, el cual les permitió dar paso a la cara oeste de la montaña. Luego, expuestos pasajes aéreos, una travesía ascendente, el hombro norte, palas de nieve, gateos sobre roca mala, la antecumbre y un murallón de 5.7, el cual precisamente guarda la cumbre.
Pero no tuvieron problemas. En su cima estuvieron pronto, completando un ascenso en cuatro horas y media, reportando una altitud aproximada de 1.915 metros.
Truco y retruco
Manuel Medina y Rodolfo Torrens, ambos hijos de Coyhaique, tenían hacía tiempo echado el ojo al cerro La Vieja, uno que se pensaba inescalado. Hasta que se dio la ocasión, climática y personal, en febrero de este año.
Su plan era simple: en estilo alpino y sin considerar equipo de hielo, lo cual los iba a hacer moverse muy livianos pero completamente entregados a las condiciones que iban a encontrar. Pero eso, en vez de un problema, lo tomaron como una oportunidad, pues si no podían con La Vieja, al lado estaba la Pared Oeste del Palo también, que quizás fuese un buen plan B.
De Coyhaique partieron en la noche del viernes 8 de febrero. Pararon en campamento Porteadores, hicieron vivac y continuaron la marcha. Entraron por el valle “Estero Palo” por unas tres horas, teniendo siempre a su mano derecha la Cara Oeste del Palo, hasta que finalmente llegaron La Vieja, encontrándola con tanta nieve que, game over, fue obvio que era mejor intentar el Palo.
Dado que no sabían si bajarían por el mismo lugar, entraron con todo, aproximadamente unos 12 kilos de peso cada uno. Y así comenzó el partido. Canalón, pasos de 5.6, rampa, terraza, fisura de manos, placa sellada, chimenea y reunión. Después buena protección, mala protección, terraza, mucho aire, acarreo y verticalidad. Más tarde más roca, más mala protección, colgando, pared lisa, terraza, vuelta y, bingo, la ruta normal. De ahí dos largos más, un acarreo y estuvieron en la cumbre a las 7 de la tarde.
Dada las dificultades encontradas, prefirieron bajar por la ruta “normal”, llegando al Neozelandés tras cuatro rapeles y su respectiva marcha.
A su ruta la denominaron “Águilas con bastones”, resumiendo las dificultades en 5.10c, con 11 largos. Este sería el segundo ascenso nacional del Palo, el cuarto absoluto, la primera ruta abierta por chilenos, la segunda ruta al cerro y la primera travesía realizada al Palo. O sea, sácate un mérito.
Garbanzo informativo con ají: tiempo después se supo que La Vieja si contaba con una ascención: la de Tom Clarckson et al. en 1972, cuando se le conocía como “Cerro Feo”.
Y, ah, sí, lo olvidaba. Torrens tiene 16 años.
El más grande torreón virgen
Más tarde, en la segunda quincena de marzo, otro grupo se movió a la misma cordillera, la del Castillo, en la zona del río Turbio. Eran Salvador García y Elena Godet, españoles, y Hugo Espinoza y Armando Montero, de Chile.
Entrando al macizo por el norte, remontaron el valle hasta el final, subieron un glaciar agrietado y poco conocido de un kilómetro y medio de largo, desde donde accedieron a una amplia meseta, que guardaba el acceso a varios torreones aparentemente todos vírgenes.
Ante la duda por cual acometer, se decidieron por el más grande, al cual sólo fueron Godet y Montero. Uno que les exigió cuatro largos de dificultad 5.8 máximo, o sea 200 metros de desnivel, para pisar una cumbre de aproximadamente 2.100 metros de altitud, llamándola El Turbio y que, como era de esperarse, no mostraba registros de haber sido ascendida previamente.
No es un auto
La última de las actividades dignas de mencionar en Trepananda, fue la de Felipe Cancino, quien realizó el primer ascenso nacional del cerro Kristine (2.350 m), una cumbre localizada en la cordillera Jenimeni (ribera sur lago General Carrera) y que había sido escalado por primera vez en el 2008 por Yvonne Chouinard, Rick Ridgeway, Douglas Tompkins y Jeff Johnson.
Cancino lo hizo el 14 de marzo, en el día, solo, desde el valle Chacabuco, en 22 horas ida y vuelta. Encontrando buenas condiciones de nieve y hielo que le permitieron progresar bien a pesar de la exposición.
Patagonia express
Cambiemos de área, pero sigamos todavía en el sur de Chile, Patagonia para ser más precisos, y entremos de lleno al espantoso accionar de Cristóbal Señoret y Sebastián Rojas. Una lata para mí, por la envidia.
Estos chilenos dirigieron sus pasos al Parque Nacional Torres del Paine, con la intención inicial de escalar la Torre Central. Pero una vez instalados en el vivac, a tiro de cañón ya, una tormenta inesperada los conminó a buscar un objetivo más apropiado para las condiciones que enfrentaban.
Por eso se fueron hacia la Torre Norte, metiéndose el 28 de diciembre, con mucho frío y nieve, a “Taller del Sol” (5.10+, 600 m). Ruta que deglutieron completa, llegando a la cumbre lógica de la vía, pero no a la principal. Tras respirar un par de fotos y alegrarse, pum, para abajo, sin problemas.
Pero no habían olvidado la Torre Central, la cual querían acometer por la Bonington–Williams (5.11, 800 m). Así es que dos semanas después, o sea, el 13 de enero, le hicieron un intento. Partiendo desde la base del acarreo, a las 5 de la mañana, literalmente la ruta se la zamparon completa (otro verbo culinario), llegando de vuelta al mismo vivac a las 02:30 horas del día siguiente.
Algunos, me incluyo, ya se hubieran dado por satisfecho y se habrían regresado a comer papas fritas. Pero no ellos. Qué va. Se quedaron para probar otra cosa: la Torre Sur, por la ruta Aste (5.11+, 1.000 m).
Cinco días después, también desde la base de la canaleta respectiva desde el Valle del Silencio, partieron a las 04:00 AM, en lo que los hechos demostrarían ser otro banquete. Ya que llegarían a su cumbre y bajarían sin más incidentes que cuerdas atascadas en los rapeles, para estar de regreso en el canalón ¡aún con luz!
Y listo. ¿Con eso para la casa?
No. Jamás.
Se fueron para la cordillera del Fitz Roy. Donde partieron calentando las manos con la escalada de la aguja Guilloumet por la Brenner (5.10, 500 m); esta vez acompañados por los también chilenos Juan Señoret y Jonas Fredas.
¿Entonces ahora sí para la casa? Nop. Querían probar el Torre.
Como ahora ya no están los bolts de Maestri, los grupos le hacen esfuerzo a la Ragni (90°, M4, 600 m), vía del primer ascenso, la realizada por los italianos Chiappa, Conti, Ferrari y Negri, en 1974. Una que va por la Pared Oeste del Torre, esencialmente vinculada al Campo de Hielo Sur, y cuyo ascenso, debido a que queda más a trasmano que la Maestri-Bridwell, es más bien un proceso.
Uno que para nuestros amigos comenzó el 17 de febrero, cuando partieron temprano desde Chaltén en dirección hacia el paso Marconi. Luego ríos, bosques, glaciares y roca. Con viento. Al día siguiente estuvieron en la base de la montaña, tras recorrer el respectivo glaciar. El 19 partieron con clima mediocre, pero menos viento. Tras un par de largos de mixto, superar un glaciar y algunas ramplas de hielo, uf, ¡ahí sí que quedaron a pie de vía! El 20, junto a otras cordadas que también estaban intentando lo suyo, se metieron con todo y fue tanto que llegaron justo hasta dos largos debajo de la cumbre. Lamentablemente, como no quedaba mucha luz y estaban cansados (sí, también se cansan), optaron por bajar. Lo cual involucró varias cosas, entre ellas, regresarse los 55 kilómetros que lo separaban de Chaltén. En dos días.
¿Y ahora sí? ¿Para la casa? Ni cantando. Les quedaba el Fitz Roy.
Sí. El Fitz Roy. La madre de todas las montañas bellas de Patagonia. Por la Afanasieff (5.10+, 1.600 m), que es la más larga, además, una que parece ser especialmente adorada por los chilenos. Y apenas tres días después de llegar hecho pedazos del Torre.
Ahora acompañados de un tailandés, cuyo nombre nadie sabe, salieron a las 7 de la mañana de Chaltén. Alcanzaron a meterse a la ruta antes de anochecer y al día siguiente llegaron al vivac del largo 10. Luego, escalar, escalar, escalar y llegaron al Hombro, donde se calzaron botas por la nieve que había. En el largo 22 no se detuvieron a dormir, sino que forzaron 3 más, luego de lo cual durmieron, desayuno y cumbre. A las cuatro de la tarde.
Suena fácil.
Los rapeles tomarían toda la noche. Veinte, que los dejaron en la base de la ruta Franco- Argentina. Luego el otro Hombro, la Brecha de los Italianos y a dormir un poco. De ahí, sol, más rapeles, lluvia de piedras, me cansé de escribir y, finalmente, 20 kilómetros caminando para llegar a Chaltén a las 7 PM.
Estas son las aventuras de verdad, boulderistas pajeros chupa kojacs.
Imposible no extenderse
Lo realizado por Señoret y Rojas, al César lo que es del César, es de lo mejor que se ha visto en mucho tiempo. Y, como es habitual cuando ocurren actividades trascendentes, de ellas se derivan varias lecturas que merecen ser comentadas como corresponde.
Por ejemplo, lo rápido que escalaron. Algo que pasa desapercibido y que yo medio a propósito no quise tampoco resaltar en la sección anterior, para no alargarme aún más. Y lo interesante de su rendimiento no es que hayan forzado los trepes, o respectivas desescaladas, en free solo; no, pues la mayor parte del tiempo lo hicieron con cuerda, escalando normalmente, aunque con muy poco o nada de artificial; tampoco hicieron “tanto” simultáneo, aunque sí hubo varios relevantes que les permitieron ahorrar tiempo. Por ejemplo la Guilloumet la hicieron casi toda así, lo que les permitió estar en la cumbre a las dos y media de la tarde. O sea, seis horas para 500 metros de desnivel.
Pero, dejando de lado las causas, el resultado que queda es que hicieron la Bonington limpiamente en el día; es decir, en menos de 24 horas, partiendo del acarreo. Que también de paso demuestra que a veces no es tan buena idea hacer estilos alpinos a tontas y locas; como es partir caminando del campamento Torres, o Japonés, pues, a menos que se sea MUY, pero MUY bueno y rápido, las largas aproximaciones quitan energía y tiempo, horas que después se revelan necesarias para, por ejemplo, alcanzar la cumbre de la Torre Central; y no devolverse en la antecumbre.
También Señoret y Rojas fueron los primeros chilenos en intentar el Torre por la Ragni, casi terminándola (les faltó poco). Fueron la primera cordada íntegramente chilena en escalar la Torre Central (Arancibia y Fuentes llegaron a la antecumbre; Zegers lo hizo con el estadounidense Schneider; Kusanovich con el español Cifuentes, Labarca con Bascue, también de USA; y Gutiérrez-Gamboa al final se unieron a una cordada extranjera); y los primeros chilenos en hacer en una temporada el Fitz Roy, la Torre Central y la Torre Sur.
¿Y no las tres torres?
No. Lo cortés no quita lo valiente. El no haber llegado a la cumbre principal de la Torre Norte, y luego negarles ese mérito, no es más que aplicar la misma regla estricta que he usado antes (sin cumbre es intento), una que a veces causa escozor, pero que el tiempo no ha hecho más que validar (una de la cual incluso los mismos Señoret y Rojas pueden ahora beneficiarse, pues en el pasado también negué, por las mismas razones, el logro de la Torre Central a Edwards, Moraga, González Donoso, Arancibia, Fuentes y Morales).
Ahora, tema aparte, es que yo insisto en que en realidad el desafío de las Tres Torres del Paine en realidad está incompleto. Pues deja afuera al Peineta, aguja que en rigor es una Torre del Paine más, una que es torpemente olvidada por ninguna razón válida.
Lo que significa que, a la fecha, ningún chileno ha subido las CUATRO Torres del Paine (Arancibia estuvo a un tris de hacerlo, pero la antecumbre de la Central no cuenta como ascenso absoluto).
Recorridos dietéticos
Luego tenemos el intento de Andrés Zegers por realizar la travesía integral entre la Paloma y el Plomo, una actividad que, de nuevo, va a requerir algo de explicación adicional.
Pero primero revisemos lo que nuestro amigo efectivamente hizo. Zegers partió muy temprano desde el bike park de La Parva el 25 de febrero. Alcanzaría la cumbre del Plomo, el primer objetivo, a las 9 y media de la mañana. De ahí se fue al Littoria, pero en vez de seguir al Fickensher, y aquí es donde se me complican las cosas para entender, optó por descender la Cara Norte de este cerro y se fue en demanda del Altar, donde falló pues la ruta de subida que pretendía no estaba en buenas condiciones. Esta contrariedad lo obligó a dar un largo rodeo de penitentes para quedarse en posición, ya de noche, para subir ahora la Paloma. En su cumbre estaría de madrugada y, de ahí, para abajo rápido, hasta llegar a Villa Paulina a las 9 de la mañana, completando un tiempo total de 30 horas y 53 minutos.
Un rendimiento sobresaliente, ¿cierto? Entonces, ¿cuál es el problema?
Simple. En tratar de catalogar esto de una manera que, por un lado, le haga justicia y, por otro, que no soslaye el hecho que por más méritos que tenga subir y bajar por 30 horas, por terrenos apestosos y a veces delicados, no representa logro objetivo alguno. Toda vez que no se cumplió la integral ni tampoco lo hizo en el día.
Tienen que considerar además que unir la Paloma con el Plomo se ha hecho muchas veces, de varias formas y estilos distintos. Incluso tampoco el de Zegers fue el primer intento directo non-stop, pues, apuesto luca a que ya se les olvidó, tenemos como antecedente el esfuerzo de Ralf Jaiser en el 2007.
Exactamente. Jaiser, utilizando un esquema distinto, partió del refugio Federación a las 2 de la mañana del 19 de diciembre, para llegar a la cumbre del Plomo a las 5:30 horas (¡tres horas y media!) y de ahí el Littoria, el Fickensher y el Osiecky en diez horas. A las dos de la tarde estuvo en el glaciar Olivares, y de seguro habría terminado con el Altar y la Paloma, si no hubiera sido detenido por un ejército de penitentes traga extranjeros veloces. Uno que lo mojó, demolió y escupió de tal manera, que Jaiser eventualmente abortaría en su intento de hacer en el día la travesía. Bajaría por detrás del Falso Altar y estaría en Villa Paulina a las 11 AM del día siguiente; o sea 29 horas.
En resumen. Dejémonos de circunloquios y formalicemos esto. Los esfuerzos de Jaiser y Zegers deben ser vistos como intentos de la vieja y atractiva idea de terminar en el día la línea Plomo Littoria- Fickensher-Osiecki-Altar y Paloma.
Apuesto a que después de leer esto, ya hay varios de ustedes a los cuales los dedos de las manos les están picando.
Molido
Terminemos esto por favor. Ya no quiero hacer un recuento más en toda mi maldita vida.
De lo que va quedando por mencionar, hay que referirse a lo hecho por Elvis Acevedo, quien, como ya es un hábito, sigue buscando y rebuscando líneas en cumbres que de tan clásicas a veces uno piensa que están agotadas, cuando en realidad todavía tienen cosas que ofrecer.
Primero realizó, junto a Ulises Espinoza, el primero ascenso del Colmillo Este del Diablo. O sea, en realidad debería ser el Colmillo Este del Diente del Diablo. Pero repetir tanto molar confunde; de ahí la simplificación. Bueno, lo que fuera, lo hicieron el 10 de noviembre, y se trata de una de las tres agujas rocosas que se encuentran en el filo que une el Diente del Diablo con el Retumbadero Alto. Las dificultades registradas hablan de pendientes fáciles y luego un largo de 5.8.
Dos semanas después, participó en el primer ascenso del Puntón Amarillo, junto a Juanita Guerra, Álvaro Vivanco y Max Beckmann. Un cerro ubicado al norte de los humedales de Canchita, en el punto culminante de un filo de orientación norte-sur que nace entre el portezuelo Navarro y el cerro homónimo. No tengo idea de lo que estoy hablando.
Finalmente Acevedo realizó el 15 de diciembre, en la zona del estero Aucayes, el primer ascenso, solo, por la arista suroeste, del cerro Cinco Mil, probablemente el cerro con el nombre más inepto que se pueda imaginar. Podrían por último haberle puesto cerro “Ocho Mil”, como para tratar al menos de implicar que somos ambiciosos.
Sigamos mejor. En Patagonia chilena, Darío Arancibia y Francisco Rojas intentaron abrir, a mediados de febrero, una nueva vía en la Hoja, desde el valle del Francés, logrando realizar aproximadamente 600 metros de escalada de hasta 5.9. Llegaron hasta el collado que se forma entre la Máscara y la Hoja, luego de lo cual el clima los tiró para abajo. Previamente, el 9, habían escalado la Aleta del Tiburón, en el único día con buen tiempo que tuvieron.
También mencionar los movimientos de Felipe González Donoso, de los cuales, la verdad, no tengo mucha información, así es que lo que menciono ahora puede ser erróneo. Él habría realizado un intento a la Hoja (ruta norteamericana, encontrando mucha agua) y un intento a la Cara Este del Cuerno Este del Paine, escalando 400 metros, de hasta 5.11-, junto a Ronny Keller, terminando justo donde se acaba el granito y comienzan los esquistos negros. A su recorrido lo denominó “El Yunque”.
Por último, no puedo dejar de mencionar a Ignacio Vergara, un prácticamente desconocido escalador chileno, también originario de Coyhaique (¿no les dije antes?), que ha ido desarrollando una anónima pero sostenida actividad en Chaltén. El año pasado ya había escalado la Guilloumet y la Mermoz; y ahora se embolsó la aguja de la Media Luna y… el Fitz Roy. Sí; así es. Lo hizo en enero de este año (antes que Rojas y Señoret), junto al estadounidense Jeffrey Haab. Y también por la Afanasieff (elevando a siete los chilenos que han probado con éxito esta ruta: Rada, Fercovic, Leiva, Vera, Vergara, Rojas y Señoret).
Salón de la Fama
Terminemos. Por favor, terminemos. La hora de la verdad. La premiación de los mejores. Y, como dicta la tradición, en cuatro categorías.
Para la Mejor Expedición (Brújula de Uranio para que no se pierdan), nadie. Void. Nope. De hecho no hubo expedición alguna. Nada de Antártica, Campos de Hielos, Himalayas u otros. Pobre temporada por aquí.
Con respecto al Mejor Ascenso Técnico (Jeringa de Plutonio, para inyectarse la vena con estilo), nadie; de nuevo. Hubo proliferación de actividades de estilo alpino, las cuales son valientes y representan la cresta de la ola, pero normalmente eso va en desmedro de vencer grandes dificultades. Nada por aquí entonces.
El tercer premio, el de Mejor Deportista (Ajo de Molibdeno, para que coman bien sanito), para Cristóbal Señoret y Sebastián Rojas. O sea, creo que esta vez no debería ni siquiera argumentar las razones, pues lo realizado por los muchachos, tanto en su forma como fondo, es extraordinario para nuestro medio.
Y finalmente, la Mejor Iniciativa (Colchoneta de Tungsteno, para acostarse cómodo a dormirse en los laureles), y considerando lo que ha ocurrido estos últimos años, ¿desierto de nuevo?
Pues no. Curiosamente ahora sí que encontré un hecho indesmentible, formal, incuestionable. El cual, más allá de lo que puede pasar en el futuro, ha representado un hito en la historia de la educación del montañismo en Chile. Me refiero, por supuesto, a la certificación entregada por la UIAA al proceso de formación de escalada deportiva de la Escuela Nacional de Alta Montaña de Chile.
Este es un pequeño reconocimiento, pero el punto de partida para otros que deberían ir agregándose en los próximos semestres. En un proceso que tomará su tiempo completarse y que, sí, podría experimentar retrocesos o incluso caerse (todo puede caerse; la moral, los dientes, las pechugas).
Pero eso no importa. Da lo mismo. Porque ya fue. Ya ganamos (vamos arando dijo la mosca). Ya que la ENAM demostró que, cuando hay perspectiva, ilustración y coraje, el cambio es posible.
¿Y qué persona es la responsable de este éxito y, por lo tanto, la que debe recibir la Colchoneta de Tungsteno?
Pues, como estamos hablando de un proceso, extendido en el tiempo (desde fines del 2008), y donde ha habido cambios, está el potencial de ser injustos y olvidar sin querer a algunos. Que no es la idea.
Entonces, tratando de ser cuidadosos, creo no equivocarme al decir que los grandes primeros impulsores fueron Fernando Millar y Alberto Pérez, personas que, con creatividad y desde diversos puestos, lograron convencer, implementar y dirigir, a veces desde un plano secundario, esta causa. También, algo no menor, lograron arrancar la ENAM de la nefasta influencia y pésimo liderazgo de Claudio Lucero, uno que mantuvo a esta institución en un desastre que casi duró toda la década anterior.
A ellos hay que agregar evidentemente a Andrés Jorquera, quien por esos años tomó la dirección de la ENAM, ayudando y complementándose con la entonces recién creada Dirección Técnica (cuyo primer director fue precisamente Pérez). También, nobleza obliga, resaltar el papel de David Muñoz, el presidente de la Federación de Andinismo de la época, que tuvo un rol importante al no obstaculizar este proceso (a diferencia de la gestión de su predecesor, Hernán Donoso).
Desde entonces, ya sea en la ENAM o la Dirección Técnica, se fueron congregando variados liderazgos que continuaron el trabajo realizado. Entre ellos habría que mencionar a Diego Tapia, Gastón Oyarzún, Roberto Albornoz, Matías Prieto, Carlos Liendo, Felipe González Donoso y, el actual Director de la Dirección Técnica, Darío Arancibia. Bravo a todos los anteriores.
Ya. Terminamos.
¡Y no puede ser! Algo malo debe haber ocurrido. Hoy finalizo la columna con algo positivo.

 


 

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