Noviembre 2013
Hablar de tener pies fríos, y cómo remediarlo, nunca más será lo mismo.
Y en mi defensa debo acotar que, como acostumbro decir, la solución es más real que la realidad misma. Que no quita que nos haga reír de lo cómica que parece la receta. Carcajada que también hace olvidar lo importante que es evitar pasar frío. Estado de ánimo que asimismo nos lleva a relegar la noción de considerarlo al hacer escaladas más extremas. Pero que finalmente nos golpea en la cara, típicamente demasiado tarde, cuando las uñas se caen, los dedos se ponen negros, hay que amputar y perdemos miles de dólares en recuperaciones que nunca nos dejarán como solíamos ser.
Y ahí sí que no nos reímos más.
Más secretos en la montaña
¿Exagero?
Un poco; pero no mucho. Ya que en estos últimos años ha renacido en Chile un problema que el alpinismo moderno parecía haber desterrado: los congelamientos en los pies.
Lo que en un principio me pareció nada más que un error puntual de alguien, luego se reveló como accidentes sospechosamente recurrentes. Ya sea en esos cerros típicamente altos y gélidos de los Andes Centrales, o bien en los objetivos técnicamente exigentes de las zonas de climas húmedos y no tan extremadamente fríos, como Patagonia.
La razón por la cual pasó inadvertido hasta ahora es porque había venido acompañada de la entendible pero no por ello menos pésima costumbre de ocultarlo. Los congelamientos no son algo que se comente, o, de hacerlo, se le deja tan por detrás en el relato que pasa desapercibido. Una espontánea espiral del silencio que agrega inconvenientes propios, ya que no advierte del problema a los que están por venir (impidiéndoles entonces prepararse).
Pero eso no es lo peor; hay algo más grave aún. Como comienza a ser “común”, se le está empezando a vestir con un tono de obligatoriedad en las escaladas extremas en climas ídem. Como si para tener éxito en ellas es forzoso congelarse las extremidades, convirtiéndolo en una especie de costo que se ha de pagar quiérase o no.
Momentos en que ahí sí se me salta el tapón y grito “basta”. Ya malo es que ocurra, pero ¿más encima que se le rodee de un aire de sacrificio enaltecedor? No way. En inglés y en español también.
Lo triste es que para llegar a este momento tuvimos que esperar que en estos últimos 10 años 20 montañistas chilenos se congelaran sus dedos.
Cebarse correctamente
Así es ma cherie; ¡20!
Y si están esperando la lista con los nombres y lugares donde acontecieron estos incidentes, se quedarán con las ganas. Porque si bien puedo hacerlo, no sería atinado, ya que aquí lo relevante no es cebarse sobre casos puntuales sino que analizar y fustigar el fenómeno. Para que no continúe.
No olviden que estamos hablando de personas que merecen nuestro respeto, que están llevando el desarrollo del alpinismo nacional a niveles insospechados y que, si cometen errores, es nada más que producto del coraje que demuestran por participar de un juego peligroso. Además que, para hacerlo en propiedad, habría que conocer muy en detalle la cadena de eventos que llevaron últimamente a que un escalador comprometiera sus falanges. De lo contrario, ¿cómo saber si sus decisiones fueron negligentes, o derechamente mala pata?
Complicado con el hecho que cualquier investigación en este tema está lidiando con la conocida característica humana que las respuestas ante las preguntas vienen muy matizadas. Que es una manera elegante de decir lo que el gurú House afirma de otra manera: todos mienten.
Por eso creo que para partir es mejor atacar el problema en sí y su distorsión cultural, para quitarle su aura romántica y rotularlo como lo que es: un fracaso. Siendo el primer paso hablar de ello.
Causeo
¿Y por qué ha resurgido este problema? Varias son las razones.
La primera de ellas, quizás la más influyente, es la penetración en el mercado de las nuevas botas de cuero inyectado, una situación que merece una explicación completa, la cual, por problemas de espacio, no haré hoy. Pero por mientras puedo adelantar que el argumento clave aquí es que los escaladores y montañistas en Chile se están extralimitando, al usarlas en terrenos y para prestaciones para las cuales no fueron diseñadas. Intentando sacarle máximo provecho a sus ventajas (livianas y cómodas), las terminan llevando a lugares demasiado helados o húmedos. Olvidando que así abren un flanco enorme en el riesgo global de la actividad que acometen, pues basta que las cosas no se den como estaban planeadas, o se tiene un poco de mala suerte, y ¡kaboom!, jodiste. Dedos congelados.
También es relevante destacar el típico error en el que están cayendo los escaladores actuales, especialmente los más jóvenes, al sobre-simplificar el análisis de las dificultades que tiene una ruta y reducirlo todo al “grado”. Como si fuera lo único que importa. Casi como pensando que por hacer dos secuencias difíciles en el boulder pueden ir a escalar la Exocet a la Stanhard (que su parte de roca “solo” es 5+). Olvidando el esfuerzo físico, el peso de las mochilas, la calidad de la protección o, lo que nos reúne hoy, el frío que van a encontrar. Pues un 5.8 podrá ser un 5.8 aquí y en la China, pero 500 metros de 5.8 realizados con una sensación térmica de -20… claro que requiere una estrategia especial.
Lo que nos lleva al tercer punto. Que quizás estos problemas son una consecuencia de esa estupidez de seguir viendo al montañista como una maquina sado-masoquista (¡wow!), que aguanta todo para sobrevivir porque éste es un acto de voluntad; que solamente depende de mí. De la misma manera que antes se suponía que el mejor alpinista era aquel que cargaba más peso (o sea, una mula), ahora resulta que es “cool” enfrentar las bajas temperaturas desabrigado. O, su opuesto, que quien detesta pasar frío es una mariquita que no es hombre de verdad. Porque aquella fortalece el carácter, templa el espíritu y nos hace mejores escaladores.
Imbécil.
El frío destruye, aniquila y no tiene nada que ver con el arte de escalar. Y si es una prueba, que lo es (estoy de acuerdo), es primero y antes que nada al intelecto del montañista, pues representa un desafío más que se debe RESOLVER (y no pasivamente dejar ser). El frío es habitual en el alpinismo, formando parte de él (díganmelo a mí); pero no por eso uno va a salir a escalar desnudo para demostrar hombría.
Esta pretensión del súper-hombre, en todo caso, no sólo ocurre en el alpinismo. Incluso, si me dejan ir más lejos, los montañistas no son ni por cerca el peor usuario frecuente de este error. Si no, es cosa nada más de ver la actitud de los pisteros/socorristas, principalmente los más viejos (pero los tarados también), que exigen que uno aguante el frío en sus pies a todo evento. O que uno se quede como vigía en medio de la tormenta solo para demostrarle al patrón que uno se la puede (cuando en realidad lo único que están demostrando es su falta de neuronas). Todo por un mal entendido código de conducta basado en un peor mal concebido código de trabajo. Al lado de ellos, los alpinistas son personas sofisticadas.
Lo que nos deriva finalmente al último punto que quería comentar, uno que tiende a condicionar mucho el abrigo con el que se puede disponer: el peso de las mochilas.
Está claro que a veces los congelamientos se deben a no haber podido llevado un saco de dormir, una chaqueta o un par de guantes adicionales. Imposibilidad debido a las extremas exigencias que la dificultad de las vías que se están intentando hoy plantean. Decisiones que se toman antes de partir, que, todos los sabemos, normalmente obedecen a la necesidad de ir livianos y que no tiene una solución ideal. Si se lleva mucho, se irá más lento y probablemente no se llegue a ningún lado; pero si se lleva poco comienza a dispararse el riesgo de que algo malo nos pase.
Dilemas y dolores
¿Dónde cortar? ¿Dónde está el límite entre lo razonable y lo estúpido?
Pues cada alpinista deberá determinarlo por sí mismo. PERO, y esto es lo que yo sostengo, este proceso de definición de la estrategia y táctica DEBE ser hecho teniendo presente claramente las implicaciones. O sea, dicho en castellano, si decides usar por ejemplo zapatos de cuero para ir al San José, o no llevar un saco de dormir para la Sur del Aconcagua, debes hacerlo teniendo claramente presente que así has aumentado significativamente las chances que termines con los dedos congelados. O que mueras.
Otros opinan que el problema del peso en escaladas extremas está exagerado, pues se ha llegado a una situación de perfeccionamiento tal en la calidad del equipo, que ya se hace difícil reducir significativamente más el peso de la mochila. Situación que ha puesto de relieve otras cosas, una de ellas el que parece ser el cuello de botella actual: que en ocasiones los alpinistas quieren reducir el peso de la mochila simplemente porque no están bien entrenados. Que explica bien porque alegan tanto por llevar un kilo más en la mochila (que es lo que puede pesar por ejemplo un saco de dormir delgado), siendo que es una cantidad razonable que cualquier escalador que se considere extremo debería poder hacer.
Dilema abierto, con argumentos que van y que vienen. Pero que, independiente del resultado, no tiene nada que ver con la detestable costumbre de aquellos montañistas alfas que se las dan de “alpinos” y que ridiculizan a cualquiera que desee protegerse un poco más. Solo porque estos no desean dañarse con el frío.
Al revés de ellos que son escaladores de verdad, pero que irónicamente son quienes más lloran al regresar a casa viendo como sus dedos comienzan a morir.
Perspectiva
Terminemos dejando las cosas claras.
No soy disco rayado y aún no se me raya el disco. No chocheo. No soy tío de nadie. Sé de lo que estoy hablando y no soy mamón. Tu abuela lo será.
Así es que métanse en la cabeza que aquí nadie cuestiona las motivaciones que llevan a los escaladores a hacer “locuras” y que, al revés, son esas bravas acciones las que nos inspiran a todos. Así es que si se tiene alguna vez que tomar la decisión de hacer sacrificios, de pagar costos, por ejemplo, enfrentar la tormenta a manos y pies desnudos, que así sea entonces. Pero de ahí a que sea necesario para convertirse en el mejor escalador de Chile y el mundo… No. Eso es simple y llana bobería.
El mejor escalador no es el que se levanta más temprano (aunque habitualmente lo haga), ni tampoco el más rápido (si bien normalmente lo es). Sino que el más inteligente.
Aquel que se levanta tarde, toma un buen desayuno tras calentarle los pies a una amiga, y luego realiza la escalada del siglo, regresando intacto a tiempo a su carpa para calentárselos a los de la vecina también

 


 

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