Abril 2014
Hace algún tiempo atrás, en la columna titulada “Mala pata“, me referí a lo insólito que era que estuvieran apareciendo en el montañismo de Chile casos de congelamientos en los dedos del pie. Situación que constituía un inédito retroceso y que, para qué estamos con indirectas, lo considero una completa y soberana tontera.
En aquel artículo más bien me enfoqué en las malas decisiones estratégicas, e incluso filosóficas, en las que estaban incurriendo los deportistas llegado el momento de usar botas de alpinismo. Pero dejé afuera, por razones de espacio, un aspecto que también tiene su cuota de responsabilidad y que hasta ahora había pasado olímpicamente desapercibida.
Me refiero a la por muchos detestada ley de la oferta y la demanda. Una que nos hace comprar zapatos de montaña que no nos sirven.
En un principio era el cuero
Lamentablemente, para contar esta historia, y luego convencer a los cabezas de músculos de los errores que están cometiendo, necesito primero retrotraerlos al pasado. Lo cual, sí, lo sé, es una lata, aburre y da sueño.
Pero aún así, hay que hacerlo. Pues nos hace recordar que desde los inicios del alpinismo, la protección de los pies fue ¡EL! gran y más importante problema a resolver. Uno que se demostró tan rebelde que siguió generando amputaciones hasta las últimas décadas del siglo XX.
Esto pues el calzado que se usaba adolecía de problemas estructurales. ¿Que funcionaba? Sí, claro que sí. Funcionaba. Pero siempre y cuando nada fallara, pues a la primera oportunidad que las cosas no salían como estaban planificadas, ya está, dedos congelados. Es decir, había muy poca capacidad de maniobra. La misma que uno podría imaginar si se desea rapelear sin arnés; o sea, que se puede, se puede; pero…
Siendo muy simplicistas, y entendiendo que estoy generalizando, los mejores zapatos estándar de la época eran de cuero. Duros o blandos, caña alta o baja, simples o dobles… Póngale el apellido que Ud. quiera, pero al final del día se trataba del viejo y consabido cuero.
Material que tenía aspectos positivos, pero cuyo gran problema era (y es) su porfía a absorber humedad, en cualquiera de sus formas: transpiración, desplazamiento glacial, alguna tormenta… Porque una vez que el zapato se mojaba, uf, no había forma de secarlos, obligando a un uso posterior en condiciones marginales que con el tiempo desencadenaban congelamientos.
Además, más problemas, el peso del calzado aumentaba al doble y el agua que quedaba en el zapato tarde o temprano se congelaba. Desventajas que traían un conjunto nuevo de problemas que creo no vale la pena ahondar porque se los pueden imaginar.
Por eso era de conocimiento común que el calzado por sí solo era insuficiente para proteger el pie, y obligaba a tomar medidas adicionales que hoy parecen realmente de otro planeta, tan en el pasado quedaron.
Por ejemplo, no se salía a a caminar con zapatos mojados si el día era muy frío. O si había que usar crampones, se podía forrar la bota con una especie de súper envoltura (llamada en inglés “overboot”). O llevar varios pares de zapatos, haciendo el cambio de uno mojado por otro seco como si fueran guantes. O, por último, caso extremo, ponerse igual las botas congeladas, asumiendo con ello que ya ingresaban al crédito de sacrificio que se paga en cómodos dedos mensuales.
Esta situación llevó a creer que la práctica del montañismo estaba completamente vinculada a congelarse los pies, creyéndose imposible la existencia de una sin la otra.
Hasta que aparecieron las botas dobles de plástico y ahí cambió todo para siempre.
Paradigma que lo parió
El zapato doble de plástico fue un paradigma hecho producto que revolucionó la forma de hacer montaña, de la misma manera que en su momento también lo hicieron las cuerdas sintéticas o los friends. Una aproximación que era esencialmente usar dos zapatos en cada pie, uno dentro del otro; el de afuera (la carcasa), impermeable y resistente para proteger del duro impacto con los medios; el de adentro (el botín), suave y aislante para mantener la extremidad tibia. Así se creaba un pack sólido, térmico y durable. Solución genial que cambió las estadísticas, los estándares y la actitud.
Decir exactamente cuándo aparecieron en Chile no es fácil. Sí estoy al tanto que la primera escalada chilena de la Pared Sur del Aconcagua, en 1977, aquella de Oyarzún, Gálvez y Vigouroux, ya se usaban.
Por lo que en algún momento a partir de ese hito la bota doble de plástico penetró en el mercado de Chile y lo dominó sin contrapeso por las siguientes décadas. Lo mejor del montañismo de la época usó a rajatabla este tipo de calzado, prácticamente cubriendo el rango completo. Y ojo, que hablamos de actividades de buen nivel, como la Sur del Aconcagua en estilo alpino (Thiele-Buraccion-Montes), el Kanshung Face al Everest de Jordan et alii o, no olvidar tampoco, el cruce longitudinal del Campo de Hielo Sur.
Así fue como los deportistas pudieron optar a un equipamiento que erradicó finalmente el fenómeno de congelamiento en los dedos de los pies, cambiando el estándar de “inevitable que se enfríen” a “inaceptable que se enfríen”.
Recurso que además fue y es democrático, porque por el precio involucrado, la misma bota que estaba disponible para esos lugares de altitudes, latitudes y famas extremas, también lo estaba para el simple de los mortales en su fin de semana. La diferencia de precio entre ambos casos es abordable (que ojo, no es algo que necesariamente pasa en otros deportes, sino vean lo que ocurre, por ejemplo, con los esquís o las bicicletas).
Así, todos felices y contentos. Hasta que llegó, no será porfiado, el zapato de cuero otra vez.
Versión 2.0
Tal revival se debe a una suma de causas.
Una de ellas es que es el resultado de la honesta búsqueda por solucionar los defectos que la bota doble de plástico tiene (pues perfecta no es). Por ejemplo, son pesadas y no permiten acceder bien a los nuevos grados de dificultad técnica que los tiempos presentes exigen. O que no es rápido sacárselas (o ponérselas), lo cual parece irrisorio pero que en algunas circunstancias es necesaria; por ejemplo si en una actividad hay que intercalar su uso con las zapatillas de escalada.
Esta exploración llevó a varias marcas de equipo de montaña a probar y usar materiales inéditos, llegando en algún momento a optar otra vez por el cuero, aunque mezclado con compuestos diferentes para tratar de combatir sus problemas. Siendo el resultado algo nuevo que exigía también nombres originales, tales como “cuero inyectado”. Mix que, sumados a cambios ergonométricos largamente pedidos, como por ejemplo topes o ranuras grandes y firmes para hacer calzar bien los crampones, permitieron diseñar una gama completa de modernos zapatos de montaña de “cuero” que prometió revolución.
Porque daban una solución más simple de llevar (que es cierto), más liviana (cierto), más cómoda (también cierto), más polivalente (que curiosamente NO es cierto), más impermeable (que es falso), más térmica (más falso aún) y más sexi (absolutamente falso).
Y no es broma. ¡Sexi!
Pues intentó, y tuvo éxito en ello, en dar la imagen que el escalador de verdad, el moderno, el alpino, el que enfrenta la montaña a cara y pecho desnudo, usa botas de cuero inyectado 2.0. Mientras que los de plástico sólo estaban para los chaleros viejos y pasados de moda en paseos pajeros a cerros ídem.
Huelga decir que lo anterior es sólo una monumental metida de dedo, una que aún continúa y que ha dejado a los incautos con congelamientos y sabores amargos en varios conductos corporales.
No siempre van de la mano
¿Por qué? ¿Dónde está el engaño? ¿Dónde radica la distorsión en la oferta actual de los zapatos de montaña de cuero?
Pues es simple. Estos fueron creados específicamente para resolver problemáticas alpinas en Europa. Una que plantea diferencias fundamentales con lo que normalmente encontraría un montañista en los Andes, incluyendo Patagonia.
De partida, presuponen un uso continuo breve. Los montañistas europeos llegan muy temperados a sus objetivos, tras dormir en sus casas o refugios, y acometen las escaladas como salidos de la secadora. Luego de lo cual, al final de la jornada, regresan al auto o a un albergue, donde pueden recuperarse y volver a secar su vestimenta, calzado incluido. No pasan más de un par de días seguidos a la intemperie. Que no es precisamente la situación en los Andes, donde las actividades son realizadas sin soporte alguno por muchos más días; lo que significa que si algo se moja o enfría, chau pescau inyectau.
Pero hay más. Equivocadamente en Chile tendemos a asumir que la bota doble es sólo para cuando hay nieve, olvidando olímpicamente que mantener el pie seco es sólo una parte del problema, siendo la otra, tan importante ¡O MÁS!, combatir el frío.
Repito. Combatir el frío. De nada te sirve tener el pie seco, pero sintiendo 20 grados bajo cero.
Cerros como el San José, Tórtolas, Llullaillaco, o incluso el Ojos del Salado y el Aconcagua. Que son montañas que permiten caminar por pedregales sin necesidad de tocar la nieve. Lo que puede llevar a pensar que tales rutas se pueden intentar hasta con zapatillas, pues, claro, nunca se van a mojar (porque nunca tocarán la nieve), olvidando que el problema de estas montañas es el frío. Y ahí los tenemos, escaladores extremos sintiéndose alpinos por usar una chaqueta de ribetes verdes y una bota de cuero inyectado, pero que no hacen más que mover los dedos del pie en cada paso que dan, preocupados por no perder las uñas. O sea, exactamente igual a 100 años atrás. Súper vanguardista la propuesta.
Y luego está el hecho que las botas de cuero duran menos que las de plástico, lo que nos lleva al tema de la mantención. Las botas dobles de “plástico” requieren ninguna; mientras que las de “cuero”, sí. A lo cual los porfiados fanáticos de esta última replican que “¿cuál es el problema?, le hacemos mantención”… Algo que es fácil de decir pero que, no nos engañemos tampoco, nadie hace. Sencillamente no hay tiempo pero ello. Lo que significa que el zapato de cuero se sigue usando una y otra vez sin impermeabilizarlo o sellarlo, permitiendo que cada día pase más agua y más frío, hasta que ¡boom! La situación revienta. Una tormenta, una nevada inesperada y pa’la casa con dedos negros. Mientras que los europeos, debido a su relativo mayor poder adquisitivo, cuando ven que el zapato ya empieza a flaquear, se compran otro.
Es decir, lo que quiero enfatizar con esto es que en un país con un nivel de ingreso como el de Chile, dados los costos involucrados, se tiende a sobre-extender la vida útil de los zapatos. Que en el caso de los de plástico no importa mucho, pero en el de cuero sí.
El verdadero significado de la palabra
Podría seguir tirando argumentos por horas, pero prefiero ir terminando con una sola cosa más: la supuesta mayor polivalencia del zapato de cuero 2.0, la cual, como adelanté antes, no es tal.
¿Por qué? Porque hay un problema de definición.
Polivalencia no sólo significa que puedas usarlo en la aproximación, escalar en hielo, luego en roca y tomar el taxi para regresar a casa. También es que te permita enfrentar el abanico estándar de actividades a las cuales pueda optar un andinista en su región, en su país.
Entonces, si sólo se tiene presupuesto para comprarse un par de zapatos, que es el caso de la mayoría de los montañistas de Chile, entonces es obvio que se tratará de adquirir uno que sirva para la mayor cantidad de escenarios posibles: el cerro chalero y frío, los bosques australes, escalar en hielo, meterse a un glaciar…
Dicho de otra manera, si sólo se puede comprar UN par de botas, ¿cuál es la que mejor sirve para más cosas? ¿El de cuero o el de plástico?
Que te compro, y no te compro
Mis colegas, aquí no se trata de establecer una competencia de muerte súbita entre el zapato doble de plástico y el simple de cuero inyectado, sino que poner de relieve que uno debe usar aquel que le sirva mejor.
Que de hecho es lo que se tiende a reflejar en el guardarropa de los escaladores y montañistas más experimentados, quienes tienen varios tipos de calzado. Si necesitan cuero con crampones, pues cuero con crampones; si plástico, plástico. Pragmatismo puro, sin fundamentalismo ni porfía y siempre considerando que es inaceptable pasar frío en los pies.
Pero los que no tienen tanto carrete enfrentan el problema de no saber qué zapato comprar, enfrentados a una oferta abundante llena de nuevos materiales, diferentes conceptos y una especificidad insólita. Sumado a que los fabricantes, que se mueven entre el matiz y la indirecta pero sin llegar a mentir, hablan maravillas de sus productos.
Confuso panorama, ante lo cual la demanda, o sea nosotros, los consumidores, no nos queda más que ejercer el más simple y a la vez el más olvidado de los ejercicios: pensar.
Usa tu cabeza, ejerce tu criterio, no permitas que te encajen el índice en la boca y no tomes decisiones por moda. Infórmate, puesto que adquirir un zapato de montaña aún sigue siendo la más importante de las primeras compras. Una que no puede ser improvisada, dejada al azar o limitada por el presupuesto que se tenga.
Y, de paso, entiende de una vez por todas que no por tener los mismos zapatos de Ueli Beefstik vas a escalar igual que él.

 


 

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