Febrero 2013
Como dijo mi abuela años atrás, más triste que el odio es la indiferencia.
Que lo saco a colación hoy porque las reflexiones hechas anteriormente, a raíz de la publicación de la Columna del Anticristo número 100, serían incompletas si no agregáramos la otra parte de la ecuación: la respuesta del público.
Parte importante del cual sencillamente la detesta.
Curarse donde corresponda
Puedo vivir con eso, pues lo prefiero a que ni siquiera noten que existe. Y si quieren saber, duermo tranquilo a pesar de las ácidas respuestas con las cuáles han sido recibidos algunos de los artículos.
Lo que verdaderamente me produce tiña es otra cosa: observar el pasmoso y deprimente nivel del debate. Uno que se debe, dicho sin tapujos, a que buena parte de la población nacional no tiene ni la educación ni la capacidad para sostener una discusión de ideas.
Miren, no es que esté tratando de echarle la culpa a los demás porque no les gusta lo que escribo, toda vez que si algo no tiene éxito, sea lo que sea que eso signifique, la culpa la tiene el tarado del autor por no ser capaz de escribir algo decente. No la gente.
No. Aquí el asunto es otro, y es que en Chile la gente no lee. Y si lee, no entiende. Y si entiende, no razona. Y si no lee, no entiende y no razona, opinar inteligentemente es imposible.
Y esa no es mi culpa. En esa borrachera yo no tengo parte.
Cifras que recuerdan
Tal crítica no es nueva y es por todos conocida. Pero no estaría mal refrescar un poco la memoria con los números de los últimos años.
Verbigracia en el 2000 (essssssa onda), la OECD (Organisation for Economic Co-operation and Development) hizo un estudio internacional, denominado “Nivel lector en la era de la información”, en el cual resultó ser que en Chile, y cito casi textualmente, “el 80% de la gente entre 16 y 65 años no tiene el nivel de lectura mínimo para funcionar en el mundo de hoy” (Eyzaguirre, Le Foulon, Hinzpeter; CEP Julio 2000).
¿Se han puesto a meditar qué significa exactamente eso?
Que si, por ejemplo, en una oficina en la cual trabajan juntos ingenieros civiles y comerciales, se presenta un documento con reflexiones acerca de la estrategia corporativa para el próximo lustro (un reporte de, digamos, 20 hojas), lo más probable es que si hay diez de ellos en la mesa leyéndolo, sólo dos realmente lo entenderán.
Ya. Apuesto a que más de uno aquí salta diciendo que exagero. Pues en este caso es obvio que el nivel educacional es más bien “alto”, nada similar al de, por ejemplo, los mecánicos de un garaje en Estación Central, uno de esos tapado a posters en las paredes con minas escalando.
¿Sí? ¿Seguro? Pues sigan leyendo las conclusiones que vienen a continuación: “menos del 10% de los profesionales y gerentes… tienen un buen nivel lector y más del 50% están bajo el mínimo adecuado para funcionar en la era de la información”.
¿Quizás las cosas han mejorado desde entonces?
No. Para nada.
En el 2003, en una Encuesta sobre Alfabetización realizado por el Departamento de Economía de la Universidad de Chile (y aplicado a 20 países), se concluía que el 57% de la población chilena adulta sólo era capaz de establecer inferencias básicas al enfrentarse a material impreso… Dicho en lenguaje simple, apenas llenan un formulario bien. Y sólo usando un vocabulario de 800 palabras, mientras que en Argentina, país al cual insólitamente algunos quieren mirar por sobre el hombro, es del doble (y sin olvidar que el Diccionario de la RAE tiene 283 mil entradas).
Bueno, los adultos están jodidos. Pero ¿quizás los jóvenes sean la esperanza?
No. Tampoco.
En el 2010, el PISA (Programa de Evaluación Internacional de Estudiantes), demostró que Chile ocupó la última posición en la evaluación de la capacidad lectora de los textos de Internet en los estudiantes de 15 años, lugar que significa que…
Mejor no sigo, pues lo que venía a continuación deprime aún más.
El nirvana que nunca fue
En algún momento de nuestro desarrollo social, se llegó a argumentar, por más increíble que parezca, que no era necesario aprender el arte de LEER (leer, entender, elaborar y redactar), pues estaba obsoleto como método de comunicación dada la llegada de los multimedios y la era digital. Que, por lo tanto, era una pérdida de tiempo dedicarle esfuerzo, además que siempre estaba el recurso de contratar a alguien para que hiciera ese trabajo por uno.
Escenario que representaba ciertamente el paraíso para los chilenos henoros (por no decir pajeros), pues así se le daba un argumento bien fundado a su intención de no tener que volver a preocuparse, jamás nunca, por los puntos, las comas y la redacción.
Pero, ¡oh! ironía, luego llegó Internet y su gran secuela de hijos bastardos, desde el correo electrónico hasta el actual texting (pasando por SMS, los posteos y el chat). Y el resultado es que la gente actualmente escribe mucho, pero mucho más que antes. De hecho, más que nunca en la historia de la Humanidad. Tan así es que hoy en día trabajar, amar o desempeñarse en la sociedad pasa sí o sí por saber LEER.
Así es que estos brizneros (por no decir henoros) están re-jodidos. Si no cambian su actitud y se dedican a aprender a usar el arte de la comunicación escrita, no harán más que estar parados, con sólo un pie, al borde del precipicio del analfabetismo digital.
Resultado que no es sorpresa
Tras dos páginas de generalidades, ahora a lo nuestro: el sub-segmento “escalador/montañista/explorador”.
Pues… no hay misterios. Nosotros no somos una excepción al desierto educativo que nos rodea y, al ser enfrentados con un texto, preferimos no leerlo o lo hacemos a desgana; haciendo correr la vista por las líneas sin imbuirnos del significado, o bien saltándonos olímpicamente los párrafos para terminar pronto. Así, no sorprende que la comprensión de lo leído, en sí, sea similar a lo que un koala piensa de un mosquetón cuando lo ve.
Entonces, si ya el proceso partió fallido, lo que le sigue no puede ser mejor. No masticamos los conceptos, no somos capaces de identificar sus errores, no podemos resaltar las virtudes, nos da flojera contrastarlo con lo que hemos vivido y tampoco hacemos el ejercicio de proyectarlo hacia el futuro. O sea nada.
Así, llegado el momento de opinar, o sea, redactar de una manera inteligente el corolario del proceso mental que acabamos de experimentar, el resultado es… cualquier cosa. Menos inteligencia.
Expuesto al futuro
Lo grave, o patético si gustan, es que varios de mis connotados colegas, famosos incluidos, no se han percatado del riesgo de llegar y opinar sin LEER antes. Especialmente cuando han estado involucrados en polémicas de fuste.
Porque no han aquilatado el hecho que en los tiempos digitales que vivimos, olvidar es algo que ya no podemos demandar. Entonces, si ponen por escrito sus ideas así como así, descuidadamente, las dejarán servidas para ser rebatidas y criticadas hasta el fin de los tiempos.
En todo caso, es comprensible que estos “famosos” no calculen bien el flaco favor que se hacen cuando escriben sin filtro. Porque tienen a su alrededor un círculo de admiradores que los alaban y apoyan a todo evento. Fans obnubilados que harán casi cualquier cosa con tal de no quebrar la estructura mental que han construido en torno a sus ídolos.
Aquí, y disculpen, no puedo dejar de citar el ejemplo de los seguidores “duros” de Claudio Lucero. Quienes se han caracterizado, históricamente, por negarse a abrir sus mentes a cualquier cuestionamiento serio que se les haga a su maestro y a su supuesto legado. No es culpa de Claudio Lucero, sino de estas ovejas que no aceptan razones. ¿Por qué? Puchas, tal vez sean así porque se realizan viéndose en un papel de protectores… O porque tienen la secreta ambición de ser también ellos algún día maestros, oportunidad que llegaría casi por osmosis y que les permitiría recibir nuevos discípulos a quienes subsecuente también podrían ordeñar. Perdón, ordenar.
Pero este blindaje, el de proteger a un famoso cuando abre la boca y dice tonteras, sólo funcionará al principio. Porque a poco andar es el test del tiempo el que importa, momentos en los cuales se diluyen fácilmente los subsidios de ser célebre, dado que cada segundo que pasa se agregan nuevos interlocutores a la discusión, quienes llegan con la mente abierta y juzgarán lo dicho, escrito y hecho en su mérito.
Como me gusta decir; para delatar lo equivocado que está alguien, basta con dejarlo hablar.
Coraje es honestidad
Hay otra arista que también resalta en esto de LEER, aunque indirectamente: lo cobarde que es buena parte de la población. Pues sólo se atreven a decir ciertas cosas, por escrito, que, de haber estado mirando la cara de su interlocutor directamente, no se habrían atrevido.
Este es EL consejo que no deberían olvidar. Cada vez que escriban algo, especialmente si son cosas severas, ya sea en un email o en un mensaje en alguna red social, deben preguntarse, en forma honesta e íntima, si serían capaces de decir lo mismo pero en persona. Y si la respuesta es no, admitiendo en el fondo nuestra cobardía (que es una tremenda mas valiente actitud), pues entonces lo correcto es abstenerse. No escribir lo pensado. Dar un paso al costado o no tocar el tema. Lo que sea.
Pero típico de estos descascados (pues no usan casco) que llegan y escriben insultos, ofensas y agravios para el interlocutor y su familia, especialmente su madre. Sin pensar nada. Dando rienda suelta a su enojo o, si gustan, su estupidez. Lo hacen porque… total, ¿qué importa? Si no hay secuelas ni costos que pagar, ¿cierto?
Pues wrong. Las hay. Aparte de las palizas que varios se han llevado cuando se han topado sin querer con quienes han ofendido, también tiene la desagradable consecuencia, como mencioné antes, que tales palabras quedan para siempre, demostrándole a los que están por venir, incluyendo los hijos del descascado, cuán tarado es el padre.
Ahora, nadie pide que no expresen su opinión. El truco está en hacerlo de la manera correcta. Incluso al insultar. Haciéndolo de forma tan elegante que el tipo ni se dio cuenta que le dijiste “imbécil”.
Mas tristeza que rabia
No debe quedar la impresión que lo que de aquí se trata es lograr que la gente escriba como científico o literato, haciendo un uso rebuscado de las palabras. No es acerca tampoco de sólo tener buena ortografía o saber redactar. Es más que eso.
Es ser informado, coherente, respetar los códigos de conducta, tener un mínimo de estructura en lo expresado y ser conciso (mira quien lo dice). Cualidades que la mayoría de los escaladores, montañistas y exploradores chilenos no tienen y que, últimamente, explica la baja calidad de lo que escriben. No da ni para enojo.
En fin. Dime cómo escribes y te diré como eres.

 


 

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